La señora de los gatos
La señora de los gatos
Cuando mi mamá se mudó a Ciudadela San Diego, no imaginó que años después, en aquel nuevo lugar para vivir, personas de siniestras intenciones le exterminarían sistemáticamente las mascotas que allí acogería y protegería con su reconocido afecto por los animales.
El conjunto de edificios de Ciudadela es un lugar muy apacible, ubicado en un hermoso entorno natural de árboles y especies animales que conforman un interesante ecosistema urbano, cuya calma es difícil de encontrar en estos sector de la ciudad tan cercano al centro de Medellín y al que rodean fuentes de tránsito y ruido constante como las avenidas de Las Palmas y El Poblado y las calles 30 y 33. Uno de los aspectos más preciados de este conjunto es su serenidad y el follaje tan verde de sus árboles y arbustos, además de las diversas especies de aves (lechuzas, entre otras), junto con ardillas, simpáticas zarigüellas (o chuchas) y una nativa población de gatos provenientes de una de las laderas de la avenida Las Palmas. Por todos estos atractivos y la calma allí reinante, los apartamentos se ocupan rápidamente una vez se ponen en venta o arriendo.
Seguramente del contingente de felinos aledaño procedían los gatos que mi mamá fue adoptando desprevenidamente a medida que se encariñaba con ellos cuando ganaban confianza frente a su llamado o cuando alguna gata preñada empezaba a rondar por algunos de los bloques. Incapaz de dejar aquellos mininos a una suerte incierta, les ponía comida y los vigilaba atentamente para que se acogieran no solo a un régimen alimentario, sino a la vez disciplinario, para que estas “mascotas callejeras” aprendieran gradualmente a adaptarse a sus cuidos y mimos sin que por ello perturbaran a los demás residentes.
Como la población felina también crece día a día, mi mamá lograba a veces tramitar la adopción de algunos gaticos apoyándose en su creciente red de contactos con personas amantes de los animales, así como con veterinarios y diversas instituciones interesadas en el cuidado animal. Del mismo modo en que la alcaldía ha desarrollado en muchos sectores de Medellín planes de vacunación y esterilización de gatos ferales dentro de sus políticas ambientales, también en la Ciudadela San Diego se han desarrollado con los años varias de estas campañas con el fin de mantener controlada la población felina; y mi mamá se mantenía al tanto de estas actividades y cooperaba desde sus posibilidades.
Por su propia cuenta, gradualmente fue acogiendo un grupito reducido de algunos de estos mininos, adoptándolos como sus círculo selecto de “mascotas callejeras”, pues aunque les permitía vivir su libertad dentro del conjunto, también les brindaba alimentación, cuidados veterinarios y esterilización cuando cada gato o gata cumplía la edad oportuna para esta operación, pagando ella misma los procedimientos quirúrgicos. Con ello eliminaba la molestia de los conocidos episodios de cortejo amoroso que los felinos despliegan muy sonoramente y que, como es fácil comprender, fastidia a algunas personas; de este modo los gatos se vuelven más tranquilos, renuncian a sus maullidos estridentes y se despreocupan definitivamente del apareamiento.
Con todas estas acciones amorosas, mi mamá Amparo le iba dando sentido, sin preverlo, a su nombre propio, acogiendo a ese pequeño círculo de gaticos privilegiados que conformaban ese simpático y exclusivo séquito que siempre la acompañaba en sus disciplinadas rondas alimentarias de la mañana y la tarde. Amparo salía de su apartamento, apoyándose en su bastón, con la leche y las galleticas especiales que conformaban la dieta que ella les prodigaba en un lugar neutral donde ni ella ni sus felinos estorbaran a nadie. La constancia de esta rutina le granjeó finalmente el mote de “la señora de los gatos”, como la han llamado con gracia algunos de los vecinos.
A sus 74 años, este cuidado cotidiano de sus mascotas le añadía a Amparo un renovado sentido del afecto y el entusiasmo de vivir, que no le han faltado nunca, pero que se reforzaba ahora en su tranquila vejez al lado de mi papá y cuando sus tres hijos somos ya mayores, profesionales y tenemos definidas nuestras vidas. Con el tiempo, pese a que eran callejeros, sus gatos llegaron a integrarse completamente a nuestra familia, pues todos desarrollamos por ellos un afecto singular, aunque nunca mayor al que Amparo fue tejiendo con Manchas, su gato favorito. Este gato bello y maravilloso se fue convirtiendo en su compañerito inseparable cuando ella salía a sus rondas, y la escoltaba como su afectuoso centinela, restregándose amorosamente contra sus piernas a medida que ambos caminaban por los senderos de la ciudadela.
Manchas, en el parqueadero de la Ciudadela San Diego
Amparo y sus gatos
(acceda desde este enlace al álbum de fotos)
Retrato de familia con Manchas: el otro miembro del grupo
Este precioso círculo de dependencia afectiva entre Amparo y sus gatos lo ha destruido la acción malintencionada y delirante de personas que desconocen la tolerancia y desprecian el buen vivir. Como acción final que cierra una triste historia de animadversiones, burlas, agresividad y ataques directos que Amparo ha debido enfrentar durante varios años, incluidas amenazas explícitas contra sus gatos, en los últimos meses han aparecido muertos, probablemente como víctimas de envenenamiento, tres de sus adoradas mascotas. Han muerto Manchas y Picino, un gracioso gato que con coqueta elegancia alegraba a Amparo exhibiéndole sus gráciles piruetas a modo de gratitud hacia ella, y también han matado a La Niña, como llamaba con ternura a otra de sus gatas que encontraron hace dos semanas cuando ya agonizaba.
Manchas y nosotros (video)
(acceda a este video en youtube desde este enlace)
Picino en brazos de Amparo
Picino entre las matas de los jardines
Manchas sobre los adoquines de la ciudadela
Manchas en la habitación de Amparo: había ganado la confianza para entrar y hacer allí la siesta en las tardes
Amparo permanece ahora en su apartamento, pues ya no sale a “despachar” a sus gatos en sus acostumbradas rondas matinales y vespertinas. Han quedado cancelados sus recorridos por la urbanización, que aprovechaba para saludar a sus vecinos e intercambiar comentarios e impresiones con los vigilantes y los ronderos sobre las gracias de sus mininos; y ocasionalmente, compartía con ellos su angustia cuando se le perdía de vista alguno de los gatos, pues siempre temía que las amenazas se cumplieran y que les pudieran hacer un daño. Solo le queda una gata, justamente hermana de Manchas y mamá de Picino, que por ser tan retraída y temerosa escasamente se deja ver en la urbanización, de modo que se ha acostumbrado a refugiarse, y solo al final de la tarde se encarama velozmente en el balcón de Amparo para pasar allí la noche bajo su protección. Aun así, Amparo sufre cada vez que su gata se marcha en las mañanas, pues ahora con mayor razón teme cada día por la vida de este animalito.
Manchas estaba presente en muchas de las escenas familiares
Hay indicios muy reveladores que hemos podido indagar sobre los actores de este siniestro complot contra los gatos de San Diego. Por desgracia, la ciudadela ostenta un deplorable historial que la ha distinguido muy negativamente porque varios de sus residentes no solo aborrecen a muerte a estos animalitos, sino porque en ocasiones anteriores se han llegado a ejecutar allí matanzas colectivas de gatos, como incluso lo ha documentado la prensa. Amparo recuerda el testimonio de una vecina que una noche, hace ocho años, descubrió in fraganti hacia la una de la madrugada a otra residente, una trabajadora social, cuando ponía veneno en las zonas exteriores. En esa triste ocasión murieron varios gatos, matanza que causó estupor entre los habitantes y se convirtió en sonada noticia en la ciudad. La presunta causante de estas muertes se mudó dos meses después de la ciudadela, en vista del amplio repudio que estaba enfrentando.
También se comenta el caso, por ejemplo, de un administrador de uno de los núcleos de San Diego, quien según parece está obsesionado con exterminar a los gatos y chuchas del entorno, y sobre quien han circulado versiones que narran cómo ofrecía en una época una recompensa por cada gato que le llevaran muerto, a la manera de un villano sin escrúpulos que así agregaba otra negra medalla a su desprestigio como persona non grata, según el repudio que ya han expresado diversos copropietarios de nuestro vecindario.
Manchas a los pies de Amparo
Dentro de los indicios mencionados está también la versión muy reciente de una vecina que narra cómo ese mismo administrador le ordenó a uno de sus empleados que dispusiera veneno en varios puntos de la ciudadela, con el presunto objetivo de matar a las chuchas que él, según su particular decisión, ha resuelto exterminar del entorno, y de carambola seguramente se complacería si al mismo tiempo cayeran gatos por su malquerencia hacia ellos. Cualquier persona sensata comprenderá que acciones como estas no solo pueden matar a los animales que coman el cebo envenenado, sino que del mismo modo se pone en riesgo a la comunidad donde también hay niños que juegan desprevenidamente en las zonas exteriores de los apartamentos.
El querer felino (y humano)
Acciones imprudentes como estas revelan la total insensibilidad y la crasa ignorancia de sus autores cuando pretenden matar a un animal como la chucha que, si bien no goza de mucho prestigio, es uno de los que favorece los ecosistemas de los que forma parte, pues ella es un marsupial regulador de la población de varias especies que conviene mantener controladas. Y ese es también, justamente, el positivo papel que cumplen los gatos, en San Diego o en cualquier otro lugar, como control natural de ratas y otras plagas. Paradójicamente, el Parque Explora expone actualmente en su cibersitio y promueve mediante avisos en las calles de Medellín una interesante exposición denominada Chuchas prodigiosas, que rescata la importancia de la chucha en nuestro medio natural y en la cultura, a contracorriente de los mitos y creencias adversas que han estigmatizado a este gracioso y útil marsupial.
En conclusión, no han calado todavía a fondo las anteriores amonestaciones y las campañas educativas que entidades de diverso orden han desplegado en vecindarios como el de la Ciudadela San Diego. Resulta pues imperativo que no se pasen por alto estas acciones de muerte que niegan la convivencia y el respeto por los demás seres vivientes, animales y personas. Es mucho lo que debemos aprender de otras sociedades, como la de Roma o la de Estambul, por citar solo dos ejemplos ilustres, donde los gatos urbanos gozan de un aprecio generalizado que les garantiza el cuidado solidario de los ciudadanos, además de la nota pintoresca que estos graciosos animales añaden a cualquier paisaje que marquen con su presencia.
En un país y una ciudad en que la muerte se pavonea impúdicamente amenazándonos a todos, merecen el mayor repudio la intolerancia, la agresividad y la matanza insensata de animales indefensos que enarbolan algunos ciudadanos según sus ciegos caprichos y prejuicios. Asumiendo una postura civil y de defensa de la vida y la convivencia, en oposición a estos ímpetus de muerte es preciso denunciar públicamente a los agentes de la muerte en nuestra ciudad. La sana convivencia debe implicar el respeto por la vida y la defensa del afecto y la compasión como baluartes humanos contra la insensatez y el delirio criminal.
La delicada cadena de afectos que Amparo venía tejiendo con sus gatos ha quedado rota y ha instalado en su espíritu un dolor sin respuestas. La señora de los gatos está triste...
Fernando Alviar Restrepo
fernandiar@gmail.com
Medellín, 25 de enero del 2014